Por Omar Samayoa y Luis Alejandro Mejía
¿Podría un huevo cambiar la suerte de una familia y ayudarle a responder los desafíos de la variabilidad y cambio climático? La respuesta inmediata podría ser que no. Pero en la región de Copanch’orti’ en Guatemala encontramos una mejor respuesta y ahora podemos escribir una historia distinta puesto que muchos huevos y gallinas están cambiando la vida de miles de familias y comunidades enteras.
Resulta que en el corredor seco de Centroamérica, donde habitan aproximadamente un millón de familias, cada año hay un periodo seco de al menos seis meses y un periodo de lluvias que se ve interrumpido durante julio y agosto. Esta interrupción es conocida como canícula y por los efectos del cambio climático esta se ha ido acentuando hacia períodos más largos durante la última década.
Las familias que habitan este lugar desde tiempos prehispánicos han debilitado sus capacidades de producir alimento, y poco a poco sus prácticas ancestrales “más resilientes” se han ido perdiendo por la introducción de insumos y prácticas externas, y ahora la mayoría viven en pobreza y enfrentando altas tazas de desnutrición (60% de desnutrición crónica en niños menores de 5 años ).
Este escenario complicado se convirtió en un reto para el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y para el Fondo Multilateral de Inversiones (FOMIN): ¿Cómo poder cambiar la vida de estas comunidades que cada año sufren de sequías y afrontan esta situación de pobreza extrema?. Montamos un proyecto piloto y buscamos la respuesta en recuperar su capital natural, recuperando prácticas culturalmente aceptables y con mejor capacidad de adaptación a los impactos climáticos.
Promovimos el empoderamiento de los actores locales para mejorar la producción de alimentos a través de gallinas criollas (nativas) y recuperar la cobertura forestal con sistemas agroforestales (siembra de café y granos básicos). Tomamos todas las mejores experiencias y capacidades de los actores en el territorio (comunidades, municipalidades, el gobierno central, ONG’s, la academia, etc.) y articulamos un modelo que permita recuperar y potenciar estas prácticas que son simples, que las comunidades ya las hacían, pero que se han ido perdiendo con las razones antes explicadas. Un piloto de innovación que permite capitalizar sobre las capacidades del FOMIN y las capacidades de la división de Cambo Climático y Sostenibilidad del BID.
Focalizamos nuestros esfuerzos en tres microcuencas compartidas por cuatro municipios del departamento de Chiquimula, Guatemala: Jocotán, Camontán, San Juan Ermita y Olopa; organizados en la Mancomunidad Copanch’orti’, ejecutor y socio del FOMIN, quienes lideran el proyecto en el territorio.
El proyecto entrega 10 gallinas y dos gallos criollos por familia (la meta es 5,000 familias), y apoya para facilitar el acceso a incentivos para protección de bosque y sistemas agroforestales donde se ha establecido una alianza con el Gobierno y la institucionalidad forestal del país validando la funcionalidad y potencial de este mecanismo financiero para la conservación e incremento de cobertura de bosques con comunidades indígenas (la meta es cubrir el 30% de toda el área de las 3 microcuencas).
El proyecto ha avanzado un 50% y a la fecha ha alcanzado 2,000 familias. En un año cada familia ha reproducido cinco veces sus aves y han producido 300 huevos, acumulando capital incremental de $130 por familia–la mayoría vive con menos de un dólar al día, y esto equivale a un incremento del 50% su ingresos.
El área agroforestal se ha triplicado en un año y medio, cubriendo casi el 30% de la parte media y alta de la cuenca. Los pobladores han recibido $620,000 en incentivos, valor que crece con el tiempo por la producción de granos básicos, café, leña, etc. Entre ambas actividades se ha ingresado $700,000 a la economía de 2,000 familias, y su capital sigue incrementando.
Con esta tendencia, al completar las metas del proyecto en los siguientes dos años, se espera que unas 5,000 familias estén ingresando $5 millones “adicionales” anualmente a la economía de estas comunidades. Esto hace menos vulnerables a estas comunidades, les permite desarrollar opciones productivas sostenibles, incrementando sus ingresos, reduciendo la pobreza, a la vez que son más resilientes a los impactos de las sequías.
Con base en esta experiencia, hemos desarrollado la sistematización de un modelo de adaptación territorial al cambio climático, que permite integrar pequeñas acciones que multiplicadas, pueden tener un gran impacto.
*Omar Samayoa, es especialista de cambio climático del BID. Es Ingeniero Agrónomo y tiene una Maestría en Manejo de Recursos Naturales. Su experiencia es de más de 15 años en desarrollo rural, manejo de recursos naturales y Cambio Climático, especialmente en la región de Centroamérica.
*Luis Alejandro Mejía, es especialista senior del FOMIN. Es Ingeniero Agrónomo, posee una Maestría en Administración de Empresas con especialidad en Desarrollo Sostenible. Tiene 16 años de experiencia en desarrollo de mercados, nuevos negocios, banca corporativa y verde, competitividad, MIPYMES rurales y mercados de carbono.